Comunión, Libros de firmas
LIBRO DE FIRMAS: ANABEL
Anabel canturreaba una de las canciones del momento con los cascos puestos mientras miraba a través de los cristales, como caía la lluvia en la plaza.
Carla, su compañera de piso, estaba en su habitación, recluída, estudiando para su último examen de Patología y no quería molestarla. Se habían conocido durante el segundo curso, en la Facultad de Medicina. Ambas estaban lejos de su casa y habían pasado el año anterior en residencias pero al coincidir en varias clases de 2º curso, se hicieron amigas y decidieron que el año siguiente, compartirían piso. Y así llevaban 4 años… en aquel pisito del castizo barrio de Chamberí, donde tantos buenos ratos habían pasado hasta llegar a este último curso, de su licenciatura.
Mientras miraba caer la lluvia, oyó sonar su teléfono móvil en la mesita baja del salón y salió de su ensimismamiento. En la pantalla, vió la foto de su madre, y descolgó rápidamente. Su voz sonó cansada al otro lado y le preguntó si se encontraba bien. Ella y su padre llevaban 2 meses preparando la mudanza de su casa en Zaragoza y ella no había podido ir a ayudarlos prácticamente nada, inmersa como estaba en sus exámenes finales. Su madre capeó la pregunta con un «si, cariño… muy bien» y demostrando sus grandes reflejos, dirigió la conversación hacia el tema que le interesaba.
Y es que, el motivo de la llamada, era decirle que, en el proceso de mudanza, había encontrado algo que seguro le iba a gustar recordar… el libro de firmas que su vecina Carmen, le había regalado con motivo de su comunión. Y efectivamente, le hizo ilusión recordarlo! Le dijo a su madre que no lo recogiera mucho…. que quería verlo y releer las dedicatorias que contenía. Cuando llevaban un rato hablando de la mudanza y de los recuerdos que, estos dias, les volvían a la memoria, Carla salió de su habitación y, sin decir nada, la miró con esos ojitos de perrito abandonado que ponía cuando necesitaba su ayuda con algún tema…. de modo que se despidió de su madre diciéndole, entre risas, que tenían una emergencia patológica y prometiéndole que, al siguiente fin de semana, iría de incógnito a Zaragoza, sin avisar a nadie, y la tendrían únicamente para ellos.
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